viernes, 30 de marzo de 2012

Las despedidas duelen, pero en ocasiones, evitan el sufrimiento a largo plazo.

Más de un año es demasiado tiempo. Demasiado tiempo para perder en alguien como tú. Y te aseguro, que estos serán los últimos minutos de mi vida que perderé en ti. ¿Por que lo hago? Porque aún así, te lo mereces. Te mereces que me despida de ti como es debido, que te diga que te he querido como a nadie en este mundo. Me has enseñado a ser feliz, eso es innegable. Y has hecho de mi quien soy. Lo cual adoro, por cierto, adoro la bipolaridad que me has transmitido, incluso el orgullo, me han hecho ser una persona muchísimo más fuerte. Te tengo que dar las gracias por haber formado parte de mi vida durante todo este tiempo, porque no te mereces un "gracias", te mereces ocho...ocho mil. He aprendido que el valor en esta vida es lo más importante, y que si no te quieres tú, no te va a querer nadie. Me he vuelto algo, bueno, bastante egocéntrica, prepotente, y en ocasiones incluso soberbia. Todo por ti, y eso me encanta. Quiero prometerte, también, que con cada abrazo tuyo sentía lo que era la verdadera felicidad, que era el mejor momento que pasaba en mucho tiempo. Y que en ese instante, solo deseaba que el tiempo no pasara, y te quedases ahí, abrazándome, de por vida. Me has enseñado música, es cierto, incluso ortografía, pero lo mejor de todo, es que me enseñaste a vivir. A eso de que la opinión de la gente te la resbale. Me enseñaste las cuatro virtudes que solo nuestra amistad tenía, y los ocho motivos por los que agradecernos cualquier cosa. Aprendí que la fraternidad no se lleva en la sangre, porque la nuestra se expulsaba directamente de un corazón a otro. Porque no valías oro, simplemente, no tenías precio. Porque has sido lo más bonito de mi vida, la razón por la que en muchas ocasiones, merecía la pena levantarse de la cama. Y es que te aseguro que tus llamadas a las dos de la mañana, eran de lo mejor que tenía. Que tus "te quiero" me hacían volar. Es que no había nada tan especial y deseado como un simple segundo a tu lado. Una rabieta de niña pequeña para que tuvieras que venir detrás. Una sonrisa de esas que suenan. Una ilusión compartida, un futuro planeado. La verdad, chache, es que te mereces ser la persona más feliz de este mundo. Y si, sé lo que digo, a pesar de lo que el resto piense. Pero es que, aunque las despedidas duelan, a veces evitan el sufrimiento a largo plazo. Porque aunque la sangre no se pueda romper, no puede evitar que acabe. Siempre, pero desde lejos. Hasta nunca, y una vez más, gracias. Sin olvidarme de un último, te quiero, te quise, y te querré.

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