Heridas abiertas buscando parches que las oculten. Sonrisas de media luna que resultan no ser ni un mísero cuarto creciente. Noches frías similares a días helados. Camas vacías, sofás solitarios, fotografías abandonadas en el fondo de un cajón. Miedo. No a la soledad, sino a la ausencia de tu compañía. Libros que hablan de ti, películas que cuentan nuestra historia, letras de canción que se llevan la más mínima esperanza. Besos para enmarcar, discusiones a plena luz del día. Momentos que compartir sin tu presencia, diversión en tus días malos, lágrimas cuando sonríes. Cuando sonríes y no es por mí. Así era mi cabeza hace unos meses, así estaba. Completamente en ruinas. Pero el tiempo, los días, las horas pasan. Y en cada fracción de segundo se esfumaba un recuerdo. ¿Me hice fuerte aquel a día? Puede. O tal vez solo fui aprendido a seguir por mi propio pie, sin ayuda. Sin tu ayuda. Dejé de buscar tu nombre tras el olor del café recién hecho, y pasé a compartir lo mejor de mi con quien estaba dispuesto a aceptar hasta los posos más amargos. Porque tengo mis más y mis menos, mis idas y venidas, mis días y mis noches. Pero si algo he aprendido es que si la dependencia no es una opción, mucho menos de ti. Y tardé en descubrirlo, créeme que tardé. Pero incluso el café sabe mejor sin tu colonia por mi pasillo. No preguntes que tiene que ver el sabor con el olor, un día tus labios fueron más que tacto, fueron más que ese sabor, más que todo.
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